En las asambleas del CGC, cuando se repasa la actualidad del sector y se hace mención a la (pen)última ocurrencia conocida de los representantes de los citricultores sudafricanos, los empresarios suelen reaccionar con cierto hastío, entre resignación e indignación. «Nunca descansan», suelen decir. Y así es. No hay mensaje del lobby sudafricano que no esté coordinado y calculado, que no encierre una trampa. Y no hay semana que transcurra sin esgrimir alguna de sus razones, tan sui generis todas ellas.
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